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De Vicente Rojo a Frederic Amat: México en la plástica catalana


En pocos lugares como en la esfera del arte y en el espacio, la narrativa y la historia de la creación artística de un país podemos encontrar de manera tan clara, detallada y explicativa las influencias que han ejercido y ejercen otras geografías, culturas y formas de ver el mundo. El recorrido del arte de un país y la obra, vida e influencias de sus creadores históricos son a la vez mapas y libros abiertos que enseñan a quien tenga la curiosidad de verlo los vínculos y las relaciones que ese país y su universo creativo han forjado y sostienen con otros países, otros universos artísticos y otros pueblos. Tal es el caso del arte español y de los artistas españoles cuando de México se trata. O lo que es lo mismo, del arte mexicano y de los artistas mexicanos, cuando de España se trata.





Vicente Rojo y Frederic Amat son, en el primero de los escenarios, aunque quizá también en el segundo, claro ejemplo de ello. Españoles, catalanes, barceloneses, pero sobre todo mexicanos. La vida, la obra, la creación y los procesos de Rojo y de Amat personifican el constante intercambio de inspiración y experiencias vitales entre sus dos países. Uno y otro representan lo contundente del poder suave cuando se define éste a través del arte y de sus protagonistas. Rojo y Amat nacieron en la Ciudad Condal con veinte años y dos meses de diferencia, el primero en marzo de 1932 y el segundo en mayo de 1952. Artistas plásticos, diseñadores, editores, creadores, lumbreras, genios. Uno y otro desembarcaron en México por diferentes circunstancias y en momentos distintos, y de cierta forma nunca lo dejaron. México y lo mexicano están presentes en su obra y legado. México y lo mexicano están y estarán siempre ligados a sus nombres.


Vicente Rojo, cuya muerte estremeció a nuestro país hace apenas unas semanas y de cuya ausencia difícilmente podremos recuperarnos -hay sin duda un antes y un después de Vicente Rojo para México- llegó a suelo azteca el año que cumplía 17 años. Para ese entonces -1949- el joven catalán ya había cursado varios talleres de dibujo, cerámica y escultura en la península, pero su revolucionario genio creativo que le hizo ser uno de los más sobresalientes miembros de la Generación de la Ruptura, estaba aún latente. Despertó, y con furia, sólo después de llegar a nuestro país. El particular paisaje mexicano de volcanes y de sierras, de magueyes y ahuehuetes, de pobreza contrastada con riqueza, explotando en mil colores, fue el detonante que hizo de Vicente a Rojo.


Sobrino del general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor del ejército de la Segunda República española durante la Guerra Civil e hijo de Francisco Rojo, destacado ingeniero comunista con filiaciones republicanas, Vicente Rojo llegó a México como refugiado, de un cruento conflicto que destruyó su mundo, y el del resto de los españoles, con una familia esparcida entre las dos mitades del Atlántico, necesitado de reconstruir ese mundo y reconstruirse a sí mismo. El reencuentro con sus padres y sus hermanos y su “renacimiento” en México hizo posible para Rojo aquello y también le convirtió en el artista magnánimo que fue.


Frederic Amat pisó nuestro país en sus años mozos, en particular Oaxaca y sus valles centrales. Trajo consigo entonces no solo el hambre de la juventud sino también las ganas de respirar libre y a sus anchas, la España franquista moría poco a poco y la Cataluña de la que es hijo aún no lograba despertar de esa larga pesadilla. Sus andanzas americanas alentaron en el joven Amat el deseo de desarrollar con plenitud sus inquietudes artísticas, encaminándole, guiándole, seduciéndole, enamorándole.


Vuelto a España y a Barcelona, Amat siguió viajando a México, lo hacía con relativa frecuencia hasta antes de empezada la pandemia. Su esposa es mexicana, sus dos hijos también, la jacaranda que crece elegante con su manto de flores lilas en el jardín de su casa en las faldas de la sierra de Collserola también lo es. Amat se trajo a México consigo, sus conversaciones y su amistad con Octavio Paz, construyó su imaginario con ollas de barro mixteco y fuentes de tequila y de mezcal. Lo sembró en Barcelona y germina en cada una de sus obras, ya sean éstas, pintadas, escritas, dirigidas o filmadas. Vicente Rojo, en igual medida, se llevó consigo a España y la sembró en México, donde germinó con cada una de sus creaciones, de la editorial Era a la portada de la primera edición de Cien años de soledad.


Es imposible no quedarse pasmado ante el “Mur d’ulls” de la Via Laietana en el corazón de Barcelona creado por Amat o ante el “País de volcanes” de la Plaza Juárez en pleno centro histórico de la Ciudad de México diseñado por Rojo y no imaginar en sus detalles, repeticiones, simetría y perfección a México y a España, al otrora Distrito Federal y a Barcelona. A uno y a otro país siendo el mismo, a dos culturas hechas arte y persona, a Vicente Rojo y a Frederic Amat.

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Diego Gómez Pickering es corresponsal para África Subsahariana del semanario mexicano Proceso. Es diplomático, periodista y escritor. Doctorando en Diplomacia y Relaciones Internacionales por Euclid Univesity y maestro en Desarrollo Cultural por la Universidad de Columbia en Nueva York, EE.UU. su libro más reciente es Cartas de Nueva York (Taurus, 2020). Esta es una colaboración especial para el Observatorio de México en España (Obsmex).

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